No solo de felicidad se baila.

Esta mañana desperté pensando en Mignonnes(1),  que vi anoche, y me acordé de la sensación que tuve cuando vi Ya no estoy aquí(2): el estado de excitación y micro revolución en el que estuve durante varios días, sintiendo en mi cuerpo la historia de mi familia (de sangre y adoptada), la cumbia y la salsa con las que crecí, el baile colectivo, las fiestas en el pueblo en el que fui niña y más tarde el rechazo fuertísimo hacía las danzas populares porque "eso no es ser bailarina", cuando comencé a estudiar de manera formal. 

Hoy desperté con esa misma sensación de revolución. No sé cómo sentirme o posicionarme frente a la intensa polémica sobre la hipersexualización de las niñas bailando twerk: pienso en cómo yo bailaba cuando era niña o adolescente: solo bailaba, y había danzas que me gustaban más que otras, porque mi cuerpo se sentía mejor ahí. En mi caso, la carga de que unas danzas fueran más "comerciales" (el jazz, el hip hop, o el pop que se veía en la tele) y no tener ningún contexto sobre sus orígenes, generó que durante mi formación escolar me alejara de exploraciones del movimiento que ahora me hacen muy feliz, y que sin duda hubiera querido permitirme muchos años antes. Yo sí me perdí algunos años de perreo (en público) por andar de intelectualilla. 

Me resuenan dos cosas profundamente:
La primera es respecto a Mignonnes, la manera en la que Amy descubre el baile a través de sus amigas pero luego se dedica a investigar y explorar por su cuenta: los gestos de las caras, las técnicas de la pelvis. Hace un trabajo detalladísimo de investigación, para saber qué hacer y dónde colocar su cuerpo para sentirse más segura de sus movimientos. Al principio es temerosa y luego poco a poco va cobrando confianza en sus posibilidades. Yo la leía desde mi propia experiencia bailando reguetón y los varios años que me ha tomado sentirme segura, reconocer lo que mi cuerpo puede y quiere y los lugares a los que todavía no llego. Cuando una descubre su cuerpo, descubre el universo. Y una siempre puede re-descubrir el cuerpo, nunca sabemos dónde hay un hueco que no habíamos movido antes de cierta manera y que detona cosas en nuestro ser. 

Pero también hay una carga de culpa en ese proceso de aprendizaje: Amy se esconde para aprender esto no porque alguien le haya dicho explícitamente que no puede hacerlo, sino porque tácitamente le han dejado claro que ese baile implica conductas sexuales y mostrar el cuerpo. ¿Cuántas de nosotras nos negamos a bailar reguetón en público porque es un baile sexual, de seducción y qué miedo (u otro adjetivo) que piensen que somos mujeres seductoras? Pero esa carga y esa culpa son sociales: el hawaiano y el taitiano, o el belly dance, son también danzas donde las caderas tienen un papel primario, y sin embargo no se les carga tanto de la culpa de la hipersexualización ¿es porque se les reconoce como danzas tradicionales? ¿es por el tipo de ropa que se usa para bailarlos? ¿si nos contáramos que el twerk y el reguetón y el funky tienen fuertes cargas de resistencia, anticolonialismo y orígenes antiquísimos, nos sentiríamos menos culpables?. Y, por otro lado, aunque entiendo que con las niñas el debate sea más complejo, ¿qué si este u otro son bailes sexuales? ¿qué si las mujeres deciden bailar para seducir? Señalar a las mujeres por bailar como sea que quieran bailar ¿no es también hacerle el juego al patriarcado? 

La segunda cosa que me resuena, y para esto Ya no estoy aquí fue muy importante, es que no solo de felicidad se baila. Cuando está en Nueva York, Ulises excorpora su memoria para situarse de nuevo en su barrio, con su gente, en un espacio de seguridad, pero en ese momento no es feliz. Está bailando precisamente porque no es feliz. Por su lado, Amy en Mignonnes descubre que el baile le es gozoso, pero tampoco baila únicamente desde un lugar de felicidad, sino desde un lugar de contradicción y confusión. La escena en la que la madre y la tía le están aventando agua y ella baila mientras esto sucede me parece de una potencia brutal: ese momento en el que ella acuerpa tanto el contexto familiar, tradicional, religioso como el social, sexualizado, demandante de cuerpos, pero al mismo tiempo se sacude de ellos y parece existir en una realidad que solo le pertenece a ella. Esta escena, en particular, me ayudó a nombrar cómo la danza siempre ha sido un lugar de sanación. Y eso es algo que entre tanto TikTok y Reel de Instagram parece desvanecerse: se baila de dolor, de confusión, de estrés, de tristeza. Se baila porque en el cuerpo se atraviesan todos nuestros sentires y pensares, y porque nuestra primera memoria es la sensorial: el cuerpo recuerda incluso si la mente no. 

Yo no pienso la danza como terapia, y me pregunto constantemente si resistirme a este pensamiento viene de un lugar de superioridad moral, o de una auto-exigencia de fortaleza. Todavía no lo sé. Pero que no la piense de esa manera no significa que en múltiples ocasiones no haya sido la danza la que me salvó de mí misma, de mi cansancio, de mis dolores y de los propios contextos de la danza profesional que siempre tienen muchas reglas sobre qué, cómo y dónde bailar.  


Imagen: Sara Andreasson




(1) Mignonnes. 2020. Francia. Dir. Maïmouna Doucouré.

(2) Ya no estoy aquí. 2019. México. Dir. Fernando Frías. 


Comentarios