De Consagraciones y el sentido del remontaje (Publicado en El Presente)



Este año la Consagración de la Primavera cumplió 100 años de aquel estreno famoso por escandaloso y polémico: la opinión radicalmente dividida entre quienes abuchearon la pieza, con música de Stravinsky y coreografía de Nijinsky, y quienes la consideraron una excelsa obra de arte, adelantada a su tiempo.
Con este aniversario nos llegaron también algunas nuevas versiones de  la obra (la de Delfos en lo nacional, la de Marie Chouinard en lo internacional). No hablaré de ellas porque desafortunadamente ninguna llegó a Querétaro. Sin embargo, la que sí llegó, a propósito de remontajes, fue Carmina Burana, con Foramen M. Ballet.
Ambos sucesos (que resumo con cierta ligereza en uno: el remontaje de una pieza con un alto grado de aceptación en el concepto de “arte” popular, los llamados clásicos), me plantean la pregunta: ¿En dónde radica la necesidad de los coreógrafos de remontar éstas piezas? ¿Son coyunturales y responden a aniversarios, homenajes, presupuestos otorgados desde las instituciones de la cultura? ¿Son necesidades creativas profundas, de esas que deben cubrirse como una cuestión de vida o muerte? ¿Son gustos apasionados, como oír “Rehab” y pensar “algún día voy a montar algo con esta canción”?
Sin pretender echar en el mismo saco piezas musicales tan distintas (entiéndase que se cuestiona el quéhacer coreográfico y no el musical), vuelvo a las palabras de algún maestro de filosofía y de una famosa coreógrafa mexicana, que insistían en que el valor de éstas obras radica en que aún con el paso de los años nos siguen afectando de alguna manera, que nos conmueven o nos confrontan. Que perduran en el tiempo y en la memoria porque hablan de la ontología misma de la humanidad; Sin embargo, me pregunto cómo los nuevos creadores confrontan éstas obras, cómo se replantean las estéticas nuevas frente a las viejas, cómo éstas piezas que remiten a la esencia humana tienen relación con las personas de ahora, sobre todo en contextos tan diversos. ¿Cómo confrontar una nueva “Consagración” con la famosa versión de Pina Bausch, o incluso la del propio Nijinsky? ¿Cómo cuestionar de fondo el “Bolero” de Ravel, montado por Bejart en 1961? Solo por citar algunos de los más reconocidos remontajes. Me pregunto, pues, por los lenguajes que se plantean, su relación con la música y si sus creadores se lo cuestionan: ¿Cuál es el sentido de remontar una Carmina Burana desde la danza moderna? ¿Qué se dice con eso, qué se dice con el cuerpo? Intuyo que a veces remite a una necesidad de riesgo, se ha hecho tanto que hacerlo una vez más conlleva en gran medida la posibilidad de un fracaso rotundo (¿tal vez solo en algunas esferas?), pero también puede remitir a una gran comodidad, sabemos de antemano que el público es particularmente noble al recibir estas propuestas, con música que conoce y que le emociona per se.
Como siempre, en esto de la creación existen todas las variantes y valorizaciones que queramos, pero ya que estamos en esto, me gustaría plantear un poco de revés las cosas: ¿habrá algún músico que haya visto una danza y se proponga hacer la danza con su propia música y no con la que el coreógrafo eligió? ¿Qué pasaría si tal cosa sucediera?

Comentarios

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  2. Hola Ambar, cómo estás? está bueno el texto, me parece interesante pensar en cual es la necesidad de los artistas de remontar alguna obra consagrada, y la de los públicos en volver a ver este tipo de obra. Aunque creo que falta revisar también cuales son los factores económicos que influyen en el volver a montar dichas obras una y otra vez, desde mi opinión hay una influencia directa, ya que el capitalismo siempre busca convertir la cultura en negocio. Gracias!! Abrazo!!

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    1. Gracias a tí por el comentario.
      Creo que habría mucho qué platicar al respecto.

      Un abrazo!!!

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