Aquí espantan.

Cuando era niña vivíamos en un pueblo pequeño llamado Bochil, en la zona Norte de Chiapas. No sé entonces, pero ahora tiene 40,0000 habitantes, así que supongo que hace 20 años tenía muchos menos. 

Uno de los pasatiempos favoritos de las niñas era contar cuentos. Pero no los cuentos de fantasía que me leían o contaban mis papás en casa. Se contaban cuentos de espantos. Desde el recurrente cementerio en el que estaban construídas todas las primarias, hasta aparecidos como El Sombrerón o la Tizihua. Pero no eran los espantos que tenían nombre los que más me asustaban, sino los que no: los que tocaban puertas, movían objetos de lugar o se sentaban en las camas. La noche no me daba miedo, hasta que me quedaba sola en mi cuarto contemplando las ventanas por las que se sabía que asomaban hombres o duendes misteriosos y escalofriantes. Mis papás hicieron de todo para contrarrestar las historias. Entre otras cosas, mi papá convirtió al Sombrerón en un señor amable que tenía discos de rock y rescataba niñas perdidas y mi mamá cantó mil veces conmigo "Protesto" de Amparo Ochoa. Aún así, a esa época le sobrevive un miedo irracional a las ventanas sin cortinas.  

En el regreso a vivir en Tuxtla, he puesto atención en cosas que antes no. En las primeras semanas pensé que hay un misticismo en Chiapas que no se apalabra lo suficiente: los nombres de los lugares (zoques, chiapas, tzeltales, tzotziles), el regreso recurrente a la poesía y el canto (aquí levantas una piedra y sale un poeta o cantador), ¡hasta los nombres de los comercios!. 

Por otro lado, en los últimos días comencé a escuchar entre algunos de mis conocidos cosas como: "ah, es que ya lo espantaron ahí", "es que no se queda sola de noche porque la espantan" o "ya todos saben que ahí espantan". Al principio me parecía que era cosa de una persona, pero con el paso de los días me di cuenta de que es parte de la cultura. Aquí verdaderamente se cree en los espantos. Lo mismo allá, en las comunidades, donde la cosmovisión está más cercana de los nahuales y el chulel (otro día les cuento del chulel), que aquí, en la ciudad. Gente cerca de mí que genuinamente dice "a mí me espantaron". ¿Qué significa eso? De todo: puertas que se abren o cierran solas, oír que dicen tu nombre para luego no encontrar a nadie, alguien o algo que se sienta en tu cama. Por ejemplos no paramos. 

Anoche terminé de leer Balún Canán, la novela de Rosario Castellanos situada en los Altos de Chiapas, en Comitán y sus alrededores. Mientras leía sobre la brujería, y las enfermedades o males que los brujos echaban, se abría dentro de mí una comprensión que todavía no consigo poner del todo en palabras: las conexiones espirituales y energéticas en estas tierras han sido tan poderosas, que han sorteado generaciones de colonialismo católico para insertarse desde el sincretismo. Pero además, se habla mucho sobre cómo han hecho los pueblos originarios para mantener vivas sus creencias y tradiciones, pero no se habla tanto de cómo éstas han permeado las creencias de los ladinos* (mestizos, no-indígenas). 

En qué se arraigan estas creencias, para mí, hija de dos ateos hiperracionales, es incomprensible, pero están ahí, conviviendo con la cotidianidad, y yo ciertamente solo espero el día que digan "Aquí espantan" para salir corriendo muerta de miedo, porque tal vez sigo siendo esa niña que le teme a las ventanas sin cortinas, y porque tal vez, pero solo tal vez, en el fondo yo también creo, aunque lo niegue. 





*Sin dudad hay muchas investigaciones al respecto, me refiero a que no se habla en la misma proporción que de lo otro. 

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