#28S : Hablemos del Aborto

Nunca había tenido miedo por salir a marchar. 

De niña acompañaba a mis papás a las marchas de los movimiento campesinos e indígenas en Chiapas. Era pequeña pero entendía que era una manera de hacerse visibles, y de protestar por las injusticias. Claro que me sentía protegida por mi familia, pero también por el número. Nunca se me ocurrió que siendo tantos, pudiera alguien hacernos daño. 

Después, durante muchos años, dejé de marchar. 

Con el 132 volví a salir a la calle. Recordé la necesaria catarsis colectiva, el acompañamiento, la importancia de vernos con otrxs que comparten las ideas, el entusiasmo. Tampoco tenía miedo. Aún el 1DMX, a pesar de todo lo que se sabía y de todo lo que pasamos (sobre eso escribí aquí hace algunos años), no tenía miedo. La colectividad y la convicción de que el reclamo era justo incluso entre quienes no estaban ahí, ese día, me daba alguna seguridad. 

Pero hoy tuve miedo. La cita era en la Alameda y yo tenía la esperanza de ir encontrando mujeres en el camino con su pañuelo verde. No hubo ninguna hasta que llegué a la plaza. En el camino iba acompañada, pero aún así sentía miedo. Pensaba en el conservadurismo queretano, en la reacción del patriarcado que se aferra con uñas y dientes y nos llama asesinas, putas y tantas otras cosas. Mis pañuelos verdes eran discretos, pero visibles. Esperaba que a la vuelta de cualquier esquina, una persona se detuviera para decirme todas esas cosas horribles que nos dicen a las mujeres en redes.

Éramos un contingente de entre 150 y 200 personas. No sabría decir si eso fue mucho o poco, fuimos las que fuimos, y nos acompañamos, caminamos, saltamos y gritamos fuerte que la decisión sobre nuestros cuerpos es nuestra y solo nuestra, que la ilegalidad del aborto mata a las que menos tienen, a las que menos saben, que la religión y la moral no caben en una discusión de salud pública. Todo eso gritamos. 

Había muchas patrullas alrededor del contingente. Lo primero que pensamos es que era una manera de controlarnos, de marcarnos el camino y el ritmo de la marcha: el Estado controlando nuestros cuerpos, de nuevo. Pero después miré un poco desde afuera: 150 o 200 mujeres en la ciudad en la que la marcha por la familia tuvo miles de asistentes, la ciudad con una iglesia en cada esquina, que además se llena cada domingo, la ciudad de los conventos. Tal vez, y solo tal vez, las patrullas sí estaban ahí para protegernos de algún iracundo que nos arrollara con su carro, o de un grupo de choque pro-vida que nos agrediera. Tuve miedo.

Camino a casa fui leyendo los comentarios a las transmisiones en vivo, a las fotos y los tuit´s. Nunca había sentido tanto odio dirigido a alguna causa en la que yo creyera. En muchos sentidos, un odio hacía mí: yo soy una mujer que defiende el derecho (mío y de otras mujeres) a decidir si quieren o no ser madres, sean cuales sean las circunstancias. Volví a sentir miedo. Soy fuerte, pero sensible, y detesto enfrascarme en discusiones que me hacen sentir vulnerable. Sin duda no soy la única, y por eso es tan importante acompañarnos las unas a las otras. 

Al final del día, escucho a Wendy Briceño, diputada y presidenta de la Comisión de Igualdad de Género, hablar sobre la importancia de la despenalización del aborto, y encuentro esperanza. Veo la marea verde que marchó en otras ciudades, en grandes ciudades, y encuentro esperanza. Pienso en nuestra marcha de hoy, en las 200 mujeres que hombro a hombro caminamos y gritamos, y ahí encuentro esperanza. Todo eso no me quita el miedo... pero me da esperanza.



Comentarios